Oración de Adviento
¡Dulcísima y amabilísima Madre de Dios y Virgen sacratísima! ya se llega la hora de vuestro bienaventurado parto, parto sin dolor, parto gozoso. Vuestra es esta hora, y nuestra es: vuestra es porque en ella habéis de descubrir al mundo los tesoros divinos que tenéis encerrados en vuestras entrañas, y el sol que le ha de alumbrar, y el pan del cielo que le ha de sustentar, y la fuente de aguas vivas por la cual viven todas la cosas que viven. Y vos, Señora, con este sagrado parto habéis de quedar más gloriosa, pues por ser madre no se marchitará la flor de vuestra virginidad, antes cobrará nuevo frescor y nueva belleza, porque sois la puerta de Ezequiel cerrada, huerto cercado y fuente sellada, y todas las gentes os quedarán obligadas, y os reconocerán y adorarán por Madre de su Señor, y reparadora del linaje humano, y emperatriz y princesa de todo lo criado.
Pero también esta hora es nuestra, no solamente por ser para nuestro bien y principio de nuestro bien, sino porque desde que pecó Adán y Dios le dio esperanza con su promesa que le remediaría, todos los patriarcas la han deseado, todos los profetas la han prometido, todos los santos del Antiguo Testamento han suspirado por ella, todas las gentes la han aguardado y todas las criaturas están suspensas y colgadas de vuestro felicísimo parto, en el cual está librada la suma de la salud y felicidad eterna. Pues ¡oh esperanza nuestra! ¡oh refugio y consuelo de nuestro destierro!; oíd nuestros clamores, oíd los gemidos de todos los siglos y naciones, y los continuos ruegos y lágrimas del linaje humano, que está sepultado en la sombra de la muerte aguardando esta luz, y que vos le mostréis su Salvador, su Redentor, su vida, su gloria y toda su bienaventuranza. Daos prisa, Virgen santísima, daos prisa, acelerad vuestro dichoso y bienaventurado parto, y manifestadnos a vuestro unigénito Hijo, vestido de vuestra carne, para dar espíritu a los hombres carnales y hacerlos hijos de Dios, al cual sea gloria y alabanza en los siglos de los siglos. Amén.
Oración de Navidad
¡Oh! quien pudiese penetrar, ¡oh Virgen purísima! los gozos y júbilos de vuestro santísimo corazón, ¡cuando destilando los cielos miel y dulzura, vos en el portal de Belén, sin dolor, sin pesadumbre, sin corrupción ni mengua de vuestra pureza virginal, paristeis a vuestro unigénito Hijo, y visteis delante de vos salido de vuestras entrañas, más limpio y más resplandeciente que el mismo sol, al bien y remedio del mundo tiritando de frío, y que ya con sus lágrimas comenzaba a hacer oficio de Redentor! ¡Cuando adorándole y besándole los pies como a Dios, y la mano como a vuestro Señor, y el rostro como a vuestro Hijo, y abrazándole y aplicándole a vuestros virginales pechos, le envolvisteis en viles pañales, y el santo Infante os miró con dulces y alegres ojos, y se os sonrió como niño a su amorosa madre! ¡Cuando visteis descender los ángeles del cielo a adorarle y servirle, y a darle música y manifestarle a los pastores, y los mismos pastores venir a reverenciarle y a dar vasallaje a su Salvador y Señor!
¡Oh Virgen santísima! ¡Con qué ojos mirabais al que así os miró! ¡Qué gracias le dabais! ¡Qué cantares le cantabais! ¡Con qué amor le respondíais! ¡Qué palabras le decíais! ¡Qué luces, qué resplandores, qué ardores, que latidos, qué sentimientos y afectos, qué ternuras y dulzuras ocupaban vuestra benditísima alma y la tenían absorta, enajenada y trasportada en aquel Señor nuestro y Hijo vuestro, que por su vil esclavo tanto se había abatido y humillado, y a vos os había levantado sobre todos los coros y jerarquías de los ángeles y sobre todo lo criado! Pues, ¡oh Reina del cielo y de la tierra! ¡oh Señora mía y esperanza mía! yo os doy la enhorabuena de vuestro g1orioso parto, y de esta vuestra dignidad, y me gozo entrañablemente de vuestro gozo; y humildemente os suplico que pues paristeis a vuestro precioso Hijo para mí, no pierda yo por mi culpa lo que él me ganó por su gracia. Y pues hoy es día de ofreceros servicio, y de que vos nos hagáis mercedes, yo os ofrezco mi corazón y me doy por vuestro siervo y esclavo con perpetuo vasallaje por todos los días de mi vida, y os ruego Madre benignísima, que me alcancéis de este niño tierno y dulcísimo que tenéis en vuestros brazos gracia para que nazca en mí, y viva y more en mí de manera que yo sea participe de todos los bienes que él nos acarreó del cielo con su santo nacimiento. Amén.